¡QUÉ HISTORIA!
Hemos oído muchas veces que
Las ramificaciones de
Las credenciales para incluir a estas personas o
grupos en los anales de la historia consisten en haber conseguido algún logro
–no se suele parar mientes en su importancia o trascendencia- nunca antes
alcanzado, o no repetido por un largo periodo, o haber protagonizado algún otro
acontecimiento singular, al estilo de los que se suelen incluir en el Libro
Guiness de los Récords.
Uno no puede por menos que maravillarse –e incluso
quedar apabullado- al pensar en cómo estarán engrosando las ya abultadas
alforjas de la Historia con tantos datos de gentes y eventos, fechas y
comparaciones, detalles a veces extremadamente rebuscados acerca de alguna
circunstancia que se quiere elevar al rango de histórica; la gran y sufrida
Clío, madre divina de la Historia, seguramente estará a estas alturas
maldiciendo su cometido, pues lo que en la época inicial de sus andaduras
resultaba una tarea relativamente agradecida en la que los criterios para que
los acontecimientos de las comunidades humanas quedaran incluidos en su registro
estaban claros, recientemente se ha vuelto una labor complicadísima, a tenor de
la ausencia de dichos criterios en favor de una relatividad rampante, como la
que impera actualmente en tantos otros ámbitos…
Así que son hechos históricos tanto el desmembramiento
de una nación en estados separados, o el inicio de un conflicto armado, o la
degradación de un gobierno corrupto que arrastra a sus ciudadanos a una grave
depresión económica, como el ganar una competición deportiva a nivel mundial un
cierto número de veces o triunfar en un concurso musical internacional por
primera vez. No hay que preocuparse, nuestra abnegada deidad puede con todo,
está preparada para acomodar en sus interminables archivos los pormenores de
cualquier asunto que se nos antoje y, más aun, cuando los actuales soportes técnicos
de almacenaje de información están sobrados de capacidad para realizar estas
labores de registro con toda facilidad.
Siguiendo esta tendencia de engrosar imparablemente
las crónicas de la Historia, deportistas de élite y otras gentes del espectáculo
se están volviendo, además, protagonistas –más allá de su campo profesional- de
una época; a veces, incluso, convirtiéndose en grandes héroes que muchos siguen
y admiran, constantemente nombrados con loa y ostentación por esas
organizaciones mediáticas, cuyo principal poderío estriba en que nos hablan a
todos, por millones, diciendo lo que se les antoja, pero sin dejarnos ejercitar
el derecho de réplica, o más llanamente, la posibilidad de contestar.
El problema empieza, quizá, cuando consideramos que la
Historia debe continuar siendo una disciplina científica, objeto de
investigación y estudio, y materia indispensable a impartir en la educación
básica de los estudiantes de secundaria y universitarios. Ya la complejidad de
la materia ha aumentado exponencialmente con los acontecimientos políticos y
sociales de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI, debido a los
numerosos cambios geopolíticos acaecidos en Europa y otras partes del mundo
tras la caída del Telón de Acero, a los enquistados conflictos en Oriente Medio
y los emergentes en Centroeuropa, a la proliferación de nuevos escenarios y
asociaciones internacionales de varios tipos, etc., etc., etc. Si a este cúmulo
añadimos los nuevos hitos históricos -deportivos
o relativos al mundo del espectáculo- propagados por los medios para magnificar
la importancia de sus contenidos, la resultante sería una materia tan extensa
–e infumable- y abarcaría niveles y conceptualizaciones tan dispares que sería
un trabajo titánico ordenarla con algún criterio serio de clasificación.
Y si se decidiera incluir esta historia de
celebridades y deportistas como materia de estudio en la educación secundaria,
habría de ofertarse como una especialidad de Historia, a elegir entre otras opciones
relacionadas, añadiendo aun más, si cabe, complejidad –e irrelevancia- al currículo
actual de la secundaria.
No hay cuidado por el momento, pues no parece esta una
posibilidad próxima, aunque, en España, todo camino, por absurdo que parezca,
es susceptible de recorrerse. Pero incluso cuando se mantenga el estudio de la
Historia en los institutos dentro de los parámetros académicos vigentes
actualmente, la constante repetición de eslóganes calificando cualquier hecho como
espectacular o difícil de lograr, en campos referidos al entretenimiento y no
al desarrollo de las sociedades y la conformación de los pueblos, tiene un
efecto colateral cierto: impregna las mentes jóvenes de una superficialidad en
su escala de valores, de una especie de tótum revolutum en sus modelos y
aspiraciones de vida, de forma que si un deportista o un artista consigue fama,
dinero y, además el reconocimiento de personaje histórico, fácilmente pasará a
ser objeto de imitación, y hasta devoción, para un sector importante de la
juventud.
La diferencia entre estas dos formas de Historia que
estamos tratando estriba, sobre todo, en la consideración de cuáles deben ser
los factores a tener en cuenta para la inclusión de personas y eventos en el
registro histórico, bien de índole socio-política, bien abriendo el espectro a
aspectos mediáticos, como la fama y el seguimiento social. Si queremos mantener
una cierta cordura en el concepto y la materia de estudio de la Historia, probablemente
convenga desechar el adjetivo “histórico/a del campo del entretenimiento y el ocio, y
suplirlo por otro vocablo más en consonancia, como podría ser “récord” o alguna
expresión, tal que “nunca antes alcanzado”, que únicamente hacen referencia a
una cualidad sobresaliente en un plazo de tiempo dado, y dejar la historia y
los elementos del estudio histórico al uso, estables en su acepción clásica.
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